Recuerdo cuando en la escuela realizamos n
trabajo acerca de la tercera edad. Fue sorprendente enterarme de los
abandonados que están los ancianos y que casi no tienen lugar en una sociedad
tan cambiante y tecnológica.
Recuerdo que el trabajo de un alumno me llamó
la atención, se titulaba: Los ancianos, nuestra cáscara y nuestras plumas.
Comenzaba explicando que todo fruto posee una
cáscara que lo recubre; esa cáscara en la mayoría de los casos es vieja, de mal
aspecto, agria y casi no tiene utilidad. Es más, dificulta nuestro acceso al
fruto delicioso. Así ocurre con los ancianos, ellos son como la cáscara
arrugada y vieja de los frutos jóvenes. Es cierto que pueden tener mal aspecto,
pero lo que debemos de entender, es que la cáscara es lo que protege al fruto
interior. Sin ella, por más que el fruto fuera delicioso, se estropearía. Del
mismo modo, son los ancianos los que permiten que los jóvenes se conserven.
No obstante, en nuestra sociedad tratamos de
quitarnos de encima a los ancianos. Los quitamos del trabajo mandándolos como
pensionados y los limitamos a ciertos espacios.
En esa situación es natural que no sintamos
mucho el aporte de los ancianos, pues ellos son como las plumas de las alas: si
están bien ubicadas pueden ayudarnos a volar y subir alto, pero si podamos y
recortamos las plumas, esas alas jamás podrán remontar vuelo.
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