viernes, 11 de enero de 2013

La Cáscara y Las Plumas





Recuerdo cuando en la escuela realizamos n trabajo acerca de la tercera edad. Fue sorprendente enterarme de los abandonados que están los ancianos y que casi no tienen lugar en una sociedad tan cambiante y tecnológica.
Recuerdo que el trabajo de un alumno me llamó la atención, se titulaba: Los ancianos, nuestra cáscara y nuestras plumas.
Comenzaba explicando que todo fruto posee una cáscara que lo recubre; esa cáscara en la mayoría de los casos es vieja, de mal aspecto, agria y casi no tiene utilidad. Es más, dificulta nuestro acceso al fruto delicioso. Así ocurre con los ancianos, ellos son como la cáscara arrugada y vieja de los frutos jóvenes. Es cierto que pueden tener mal aspecto, pero lo que debemos de entender, es que la cáscara es lo que protege al fruto interior. Sin ella, por más que el fruto fuera delicioso, se estropearía. Del mismo modo, son los ancianos los que permiten que los jóvenes se conserven.
No obstante, en nuestra sociedad tratamos de quitarnos de encima a los ancianos. Los quitamos del trabajo mandándolos como pensionados y los limitamos a ciertos espacios.
En esa situación es natural que no sintamos mucho el aporte de los ancianos, pues ellos son como las plumas de las alas: si están bien ubicadas pueden ayudarnos a volar y subir alto, pero si podamos y recortamos las plumas, esas alas jamás podrán remontar vuelo.   

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