viernes, 15 de febrero de 2013

EL AMOR Y LA LOCURA


Cuentan que se reunieron en un lugar de la Tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres. Cuando el aburrimiento ya había bostezado por tercera vez, la locura, como siempre tan loca, les propuso:


- ¡Vamos a jugar a las escondidas!  La intriga levantó la ceja y la curiosidad, sin poder contenerse, preguntó:
- ¿A la escondida? ¿Cómo es eso?
- Es un juego – explicó la locura – en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde 1 hasta 1.000.000 mientras ustedes se esconden y cuando yo haya terminado de contar, el primero de ustedes que encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego.
El entusiasmo bailó, secundado por la euforia. La alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la duda e incluso a la apatía, a la que nunca le interesaba nada.
Pero no todos quisieron participar. La verdad prefirió no esconderse. ¿Para qué?, si al final la encuentran.
La soberbia opinó que era un juego muy tonto (en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiera sido de ella) y la cobardía prefirió no arriesgarse.
- Uno, dos tres,...- comenzó a contar la locura.
La primera de esconderse fue la pereza, que se dejó caer detrás de la primera piedra del camino.
La fe subió al cielo y la envidia se escondió tras la sombra del triunfo, que con su propio esfuerzo había logrado subir a la copa del árbol más alto.
La generosidad casi no alcanzó esconderse, porque cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos. Así, terminó por ocultarse en un rayito de sol.
El egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el principio, ventilado, cómodo, pero sólo para él.
La mentira se escondió en el fondo de los océanos, mentira, se escondió detrás del arco iris.
La pasión y el deseo en el centro de los volcanes.
El olvido... se me olvidó... ¿dónde?
Cuando la locura iba en el 999.999, el amor aun no había encontrado sitio para esconderse, pues todo se encontraba ocupado, hasta que divisó un rosal y estremecido decidió esconderse entre sus flores.
- ¡Un millón! – gritó la locura – y comenzó a buscar.
La primera en aparecer fue la pereza, sólo a tres pasos, detrás de una piedra. Después se escuchó a la fe discutiendo con HaShem sobre teología y a la pasión y al deseo los sintió vibrar desde el fondo de los volcanes.
En un descuido encontró a la envidia y pudo deducir dónde estaba el triunfo. Al egoísmo no tuvo ni que buscarlo, él solito salió disparado de su escondite que había sido un nido de avispas.
De tanto caminar, la locura sintió sed y al llegar al lago descubrió a la belleza.
Con la duda le resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aun a qué lado esconderse.
Así fue encontrando a todos: al talento entre la hierva fresca; a la angustia en una oscura cueva; a la mentira detrás del arco iris, mentira, en el fondo de los océanos y hasta al olvido, que ya se había olvidado que estaba jugando a las escondidas.
Solo el amor no aparecía por ningún lado.
La locura buscó detrás de cada árbol, debajo de cada piedra, en la cima de la montaña y cuando estaba por darse por vencida, divisó un rosal... y comenzó a mover las ramas.
De pronto escuchó un doloroso grito... Las espinas habían herido los ojos del amor...
La locura no supo qué hacer para disculparse; lloró, rogó, imploró, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.
Desde entonces, ¡el amor es ciego y la locura siempre lo acompaña!

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