viernes, 12 de abril de 2013

UNA MIRADA HACIA ADENTRO


 
 Dos hombres,
 ambos muy enfermos, ocupaban la misma habitación en un hospital. A uno 
se le permitía sentarse en su cama cada tarde, durante una hora, para 
ayudarle a drenar el líquido de sus pulmones. Su cama daba a la única 
ventana de la habitación.
 El otro hombre tenía que estar todo el tiempo boca arriba.
 Los dos charlaban durante horas. Hablaban de sus mujeres y sus familias,
 sus hogares, sus trabajos, su estancia en el servicio militar, dónde 
habían estado de vacaciones. Y cada tarde, cuando el hombre de la cama 
junto a la ventana podía sentarse, pasaba el tiempo describiendo a su 
vecino todas las cosas que podía ver desde la ventana.
 El hombre de 
la otra cama empezó a desear que llegaran esas horas en que su mundo se 
ensanchaba y cobraba vida con todas las actividades y colores del mundo 
exterior.
 La ventana daba a un parque con un precioso lago. Patos y 
cisnes jugaban en el agua, mientras los niños encumbraban sus cometas. 
Los jóvenes enamorados paseaban de la mano, entre las flores de todos 
los colores del arco iris. Grandes árboles adornaban el paisaje y se 
podía ver a la distancia una bella vista de la silueta de la ciudad.

 El hombre de la ventana describía todo esto con un detalle exquisito; 
el del otro lado de la habitación cerraba los ojos e imaginaba la 
idílica escena.
 Una tarde calurosa, el hombre de la ventana 
describió un desfile que estaba pasando. Aunque el otro hombre no podía 
oír a la banda, podía verlo, con los ojos de su mene, exactamente como 
lo describía el hombre de la ventana con sus mágicas palabras.
 Pasaron días y semanas.

 Una mañana la enfermera de día entró con el agua para bañarle, 
encontrándose el cuerpo sin vida del hombre de la ventana, que había 
muerto mientras dormía plácidamente.
 Se llenó de pesar y llamó a los ayudantes del hospital para que se llevaran el cuerpo.

 Tan pronto como lo consideró apropiado, el otro hombre pidió ser 
trasladado a la cama al lado de la ventana. La enfermera le cambió 
encantada y, tras asegurarse de que estaba cómodo, salió de la 
habitación.
 Lentamente, y con dificultad, el hombre se irguió sobre 
el codo, para lanzar su primera mirada al mundo exterior; por fin 
tendría la alegría de verlo por sí mismo.
 Se esforzó para girarse despacio y mirar por la ventana al lado de la cama...
 Y se encontró con una pared blanca.

 El hombre preguntó a la enfermera qué podría haber motivado a su 
compañero muerto a describir cosas tan maravillosas a través de la 
ventana.
 La enfermera le dijo que el hombre era ciego y que no 
habría podido ver ni la pared, y le indicó: - Quizás sólo quería 
animarle a usted.
 
 ¬Epílogo: Es una tremenda felicidad el hacer 
felices a los demás, sea cual fuere la situación propia. El dolor 
compartido es la mitad de la pena, pero la felicidad, cuando se 
comparte, es doble. Si quieres sentirte rico, sólo cuenta todas las 
cosas que tienes y que el dinero no puede comprar.

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