PARASHÁT (31)
EMOR “Habla”
פרשת־אמר
LA ALEGRIA DE SHABAT
En esta parashát
la Torá nos nombra a todas las festividades: Pésaj, Shavuot, Sucót, Yom Terúah,
Yom Kipur y Shabat.
Respecto a Shabat,
explica el Rav Avigdor Miller (famoso Rav que vivía en Estados Unidos y qué
falleció hace unos años) la gran importancia de pensar en Shabat que HaShem
creó el mundo de la nada. En Shabat decimos (en el rezo y el kidúsh) “en
recuerdo de la creación”, pero no nos detenemos a pensar en lo que estamos
diciendo, y esa es nuestra obligación: pensar durante unos momentos en que HaShem
creó todo lo que existe a partir de la nada.
Está escrito
en la Torá, al final de los seis días (Bereshít 1,31):
“HaShem vio todo lo que había creado, y dijo que fue muy bueno”.
El libro Jovot Halevavot dice que HaShem
es muy bueno, sin embargo, la gente está ciega y no lo nota.
El mundo es realmente muy bueno,
y Shabat es un excelente momento para darnos cuenta del increíble mundo que
HaShem creó.
El Rav Miller ofrece el ejemplo
de una persona que va caminando por la calle, y como todos los días, se
encuentra al mendigo que le estira la mano para que le dé unos centavos, y se
los da. Después de cierto tiempo, la persona le empieza a dar un dólar, y lo
sigue haciendo todos los días, durante un año. Después de un tiempo, el mendigo
empieza a quejarse, ¿Sólo un dólar?
Vemos que incluso una persona que
recibe el favor de alguien todos los días, se cansa y cree que ya no es
suficiente.
Lo mismo os pasa con HaShem, nos
da cosas tan buenas todos los días, pero nosotros nos cansamos, y nos
preguntamos: ¿qué me da?, ¿de qué le tengo que mostrar agradecimiento a
HaShem?; y no somos capaces de3 mostrar todo el jesed (bondad) por cada cosa que tenemos, desde que nos levantamos
hasta que nos acostamos. Solo cuando nos pasa algo o perdemos algo, entonces
nos damos cuenta de lo que teníamos. Una vez escuché de una persona que iba
seguido a los hospitales y cementerios y vivía feliz dándose cuenta de todo lo
que tenía, pues así aprendió a valorar hasta lo más mínimo que tenía en la
vida.
Dice HaShem, que si obedecemos
sus mitzvót (mandamientos) vamos a “comer
y saciarnos”. “¿Se dan cuenta de la gran bendición que es tener qué comer?”,
pregunta el Rav
Ahora, díganle a un judío
americano que la recompensa por cumplir la Torá es que va a tener qué comer, seguramente
responderá: ¿Eso es todo?, y ¿qué hay de un auto, las vacaciones, los lujos? El
Rav conoció a una persona que se había tomado dos meses de vacaciones en las
montañas, y se aburrió, después se fue un mes a Suiza.
Cuando la gente está ciega nunca
está contenta.
HaShem quiere que hagamos una
pausa para que analicemos lo que nos está dando.
Cuando yo vivía en Europa, dice
el Rav, unos vecinos nos contaban que cuando eran jóvenes no tenían lo
suficiente para comer, cuando el niño pedía otro pedazo de pan, la madre se
veía obligada a decirle “lo siento pero no hay más”.
HaShem nos dice en la Torá que Él
bendigo el séptimo día, ese día es mitzvá
pasarlo bien en este mundo, más que el resto de la semana.
Ante todo, uno no tiene que
trabajar: ¡qué placer! En Shabat se comen comidas especiales, con todo tipo de
delicias que no se suelen comer durante la semana.
En Shabat, cuando uno se sienta a
comer, es el momento de trabajar, de estar ocupado viendo lo bueno que es todo,
qué rica está la jalá (pan), qué
exquisito es el buen vino, es el momento de decirle un halago a la mujer por
todo lo que preparó, y de contemplar la abundancia de la mesa.
El judío tiene que ser más optimista
que el resto de la gente en este mundo, ya que nosotros tenemos el precepto de
Shabat: un día de alegría.
Uno se sienta en compañía de la
familia, entona canciones, come muy bien, y se goza. Una vez cada seis días el
judío tiene vacaciones, cambia los anteojos con que suele ver al mundo, para
ver que el mundo es realmente muy bueno, y todo esto no es sino una muy breve
descripción de lo que es Shabat para el judío.
Cuenta la Guemará en el tratado de Shabat (119ª) que e3l Cesar le preguntó a Rabí Ioshúa ben
Jananía por qué la comida de Shabat es tan deliciosa. Rabí Ioshúa respondió: “Por
un condimento que nosotros le ponemos, y se llama Shabat, por eso es deliciosa”.
El Cesar le pidió: “Danos un poco de ese condimento”. A lo cual Rabí Ioshúa
respondió: “A todo el que cuida el Shabat le funciona, y al que no lo cuida, no
le funciona”.
Solamente el que tiene el mérito
de cuidar el Shabat puede sentir ese condimento tan delicioso y disfrutar del
gran regalo que HaShem nos da cada semana del año, durante toda la vida.
Para terminar, he aquí una
historia real que escuché hace poco. Se trata de algo que pasó hace varios años
con una pareja que vivió muchos años y muy feliz. Todo funcionaba de maravilla
entre ellos. Su único problema era que ya tenían casi veinte años de casados y
todavía no habían podido tener hijos. El hombre y la mujer, con un profundo
dolor imposible de imaginar, decidieron divorciarse. Después de varias semanas,
se enteraron de que la mujer había quedado embarazada. Por un lado la alegría fue muy grande, pero,
por el otro, una gran tristeza los invadió, ya que el hombre era Cohén, y esta
parashát nos señala que el Cohén no se puede casar con una mujer divorciada, a
diferencia de un judío que no es Cohén y si puede casarse con una mujer de esa
condición.
El hombre fue a consular a su Rav
para saber si se podía hacer algo, pero, obviamente, la respuesta fue negativa,
así que los mandó a consultar - según
cuentan – al Rav Eliashiv, el Rav más prominente en Ley Judía de nuestros días,
quien vive en Ierushaláim y recientemente cumplió cien años.
El Rav Eliashiv trató de buscar
algún tipo de solución, quizás su casamiento no había sido casher, quizás hubo algún problema con los testigos... Al final,
vio que el casamiento había sido conforme a la Torá, y le informó que no había
de permitirle que se volviera a casar con su ex esposa. Por otro lado, le dijo
que fuera al Kótel (muro occidental) y que elevara ahí su tefiláh (rezo) pues uno nunca sabe lo que puede pasar. Le dio su
bendición, y el hombre se marchó directamente al Kótel, a volcar su corazón
delante de HaShem, por el profundo e inimaginable dolor que lo agobiaba.
Después de rezar y llorar durante
varias horas, se le acercó un hombre, y se puso a conversar con él. En su
charla, el hombre le preguntó sobre su padre, el Cohén le dijo que su padre se
encontraba en Estados Unidos, muy enfermo y que hacía mucho tiempo que no lo veía.
El hombre le dijo: “Me parece que
tienes que viajar ahora mismo y hablar con él”. El hombre logró convencerlo, y
a los pocos días viajó a ver su padre a Estados Unidos, que se encontraba internado
en un hospital.
Después de su emotivo
reencuentro, el padre le dijo: “Según los médicos, son pocos los días que me
quedan, por lo tanto, tengo que revelarte un gran secreto. Nunca te lo conté,
pero quería decirte que tú eres adoptado, por lo tanto, tú no eres Cohen”.
Cuando escuchó esta declaración,
el hijo casi se desmaya de alegría, no podía parar de llorar, sabiendo que
ahora podría volver a casarse con su ex esposa. En ese momento pudo entender lo
que le dijo el Rav Eliashiv de que fuera elevar su tefiláh en el Kótel, y ¡cómo se cumplió la bendición que le dio!
Vemos que nunca hay que darse por
vencido, pues la palabra “resignación” no aparece escrita en la Torá. Por otro
lado, vemos que es muy importante seguir los consejos de la Torá y de los
sabios, quienes reciben ayuda especial del Cielo para poder guiarnos por el
mejor camino en nuestra vida.
Shabat
Shalom