LA MANZANA DE LA ESPERANZA.
Un
frío día de 1942, en un campo de concentración nazi, un solitario jovencito
miraba más allá del alambre de púas viendo pasar a una muchacha, prisionera en
la sección femenina del campo. A ella también le emocionó su presencia. En un
esfuerzo por darle expresión a sus sentimientos, arrojó una manzana roja por
encima de la cerca. Una señal de vida, de esperanza, de amor.
Al día siguiente, pensando que estaba loco por
la idea de volver a ver la muchacha, miró, esperanzado, más allá de la cerca.
Del
otro lado del alambre de púas, la jovencita anhelaba ver nuevamente la trágica
figura que tanto la había conmovido. Venía preparada con una manzana.
Una vez
más, a pesar del duro invierno, dos corazones recibían calor al pasar la manzana
por encina del alambre de púas.
La
misma escena se repitió durante varios días. Los dos espíritus jóvenes, a los
lados opuestos de la cerca, anticipaban con ansia el momento del
reencuentro diario. La interacción
siempre iba acompañada de un intercambio de sentimientos inexplicablemente
reconfortantes.
En el último de estos breves encuentros el
jovencito, saludó a su dulce amiga con el ceño fruncido advirtiéndole: “Mañana
no me traigas otra manzana, no estaré aquí, me envían a otro campo”. Luego, se
alejó angustiado.
A
partir de ese día, la imagen tranquilizadora de la joven se le aparecía en sus
muchos momentos de angustia.
Su familia fue asesinada en la guerra. La vida
que había conocido casi había desaparecido, pero el recuerdo de la joven de la
manzana roja se mantuvo vivo y le dio fuerzas para seguir adelante.
Varios años después de terminada la guerra, En
Estados Unidos, dos inmigrantes se encontraron en una cita ciegas.
“¿Dónde
estuviste en la guerra?”, preguntó la mujer.
“Estuve
en un campo de concentración en Alemania”, replicó el hombre.
“Recuerdo
que yo acostumbraba arrojarle manzanas a un chico que estaba en un campo de
concentración”, mencionó ella.
Emocionado, el hombre preguntó: ¿Ese chico, te
dijo algún día que no le traigas más manzanas, pues lo enviarían a otro
campo?... “Si”, dijo ella. “¿Pero cómo es posible que sepas eso?”
La
miró a los ojos diciéndole: “yo era ese jovencito”. Luego de un breve silencio
agregó: “en aquel entonces me separaron de ti y no quisiera volver a alejarme
de ti jamás. ¿Te casaría conmigo?
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