viernes, 8 de febrero de 2013

EJEMPLO DE NUESTROS HIJOS



EJEMPLO DE
NUESTROS HIJOS

Una vez, un padre vino a quejarse acerca de la actitud de sus hijos hacia él.
            -¿En la escuela no les enseñan a los niños a respetar a los adultos? – preguntó.
            -Tratamos de infundir al máximo ese concepto-le respondí-, Pero permítame contarle una historia que tal vez pueda ayudarle a remediar el problema...
            Poco tiempo después que falleciera la abuela, el viejo hombre, cuyas manos ya le temblaban, la vista se nublaba y sus pasos flaqueaban, se fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de cuatro años.
            La familia completa comía junta en la mesa, pero las manos temblorosas y la vista enferma del anciano hacían que el alimentarse fuera un asunto difícil. Los guisantes caían de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar el vaso, derramaba la leche sobre el mantel. El hijo y su esposa se cansaron de la situación.
            -Tenemos que hacer algo con el abuelo – dijo el hijo – Ya es suficiente. Derrama la leche, hace ruido al comer y tira la comida al suelo.
Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor. Ahí, el abuelo comía solo mientras el resto de la familia disfrutaba de la hora de comer. Como el abuelo había roto uno o dos platos, le servían su comida en su tazón de madera.
De vez en cuando miraban hacia el rincón donde estaba sentado solo el abuelo y podían ver una lágrima en sus ojos. Sin embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía eran fríos llamados de atención cada vez que dejaba caer el tenedor o la comida.
El niño de cuatro años observaba todo en silencio. Una tarde ante de la cena, el papá vio que su hijo estaba jugando con unos trozos de madera en el suelo y le preguntó dulcemente:
-¿Qué estás haciendo hijo?
Con la misma dulzura, el niño le contestó:
            -Ah, estoy haciendo un tazón para ti y otro para mamá para que cuando yo crezca, ustedes coman en ellos – Sonrió y prosiguió con su tarea.
Las palabras del pequeño golpearon a sus padres de tal forma que quedaron sin habla. Las lágrimas rodearon por sus mejillas. Y, aunque no se dijo ninguna palabra al respecto, ambos supieron lo que tenían que hacer.
Esa tarde el esposo tomó gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a la mesa de la familia. Por el resto de sus días ocupó un lugar en la mesa con ellos. Y por alguna razón, ni el esposo, ni la esposa, parecieron volver a molestarse cada vez que el tenedor se caía, la leche se derramaba o se ensuciaba el mantel.
Esto va en el honor y mérito a las personas que llegan a su edad avanzada, cuando su vista es nublosa, sus reflejos y su caminar es pesado... Es aquí dónde debemos de cumplir la mitzváh de:
Honra a tu padre y a tu madre para que sean prolongados tus días en la tierra que Adonai tu Eloha te da. Shemót 20:12

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